Con Judith Butler, considero
que en las normas de género están imbricadas cuestiones relativas
al considerado sexo natural y a las sexualidades. Todos los cuerpos
tienen una anatomía, unas capacidades biológicas, unos rasgos
físicos. Estas características se interpretan a partir de un
esquema binario que sólo contempla la existencia de dos sexos
diferenciados. Con esta interpretación dualista, se le asigna un
sexo a ese cuerpo: mujer u hombre. Esta asignación marcará el
destino social, identitario, afectivo, psíquico de la persona, pues
de acuerdo con su sexo sólo podrá desarrollar un tipo de identidad
de género. Ha de existir una coherencia inquebrantable entre el sexo
y la identidad de género: si se asigna el sexo «mujer», sólo
se podrá ser un ser femenino; si se asigna el sexo «hombre»,
sólo se podrá tener una identidad de género masculina. Sólo hay
dos posibles identidades de género, que han de ser inestables a lo
largo de la vida de la persona y que han de ser coherentes con su
asignación de sexo. Además, este dualismo de género genera una
inevitable jerarquía y los dos géneros están en posición de
desigualdad. El sexismo, la preponderancia de uno de los dos sexos
por encima del otro, es intrínseco al pensamiento dualista sobre las
identidades sexuales y genéricas.
Por otra parte, aparte del
sexismo también opera el heterosexismo: la heterosexualidad es la
única práctica sexual reconocida socialmente como saludable,
natural y deseable. Sexismo y heterosexismo son lo que
Fausto-Sterling denomina «proposiciones incorregibles», que no
son sino los dogmas que las ciencias proyectan al concebir las
categorías con las que operan. Sexismo y heterosexismo son dos
proposiciones incorregibles que configuran todo el esquema desde la
propia materialidad del cuerpo hasta la configuración de los
afectos, comportamientos y habilidades.
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