La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano fue aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789, y es uno de los documentos fundamentales de la Revolución francesa. Las mujeres, sin embargo, no tardaron en darse cuenta de que la palabra “hombre” no era un plural universal: no estaba planeado dejarlas participar en estos derechos de ciudadanía. Las mujeres se dirigieron con estas palabras a la Asamblea:
¡Ah, Ilustres Señores!, no permitáis que continúen ocultando ignominiosamente cualidades tan gloriosas para nosotras y tan interesantes para la nación. Atreveos hoy a reparar a favor de nosotros las antiguas injusticias de vuestro sexo; ponednos en condiciones de trabajar como vosotros y con vosotros para la gloria y felicidad del pueblo francés, y si, como lo esperamos, consentís en compartir con nosotras vuestro poder, que ya no debamos esa preciosa ventaja al brillo de nuestros encantos y a la debilidad de vuestro corazón sino únicamente a vuestra justicia, a nuestros talentos y a la santidad de vuestras leyes (1789-1793. La voz de las Mujeres en la Revolución Francesa. Cuadernos de quejas y otros textos, Barcelona, La Sal, Edicions de les dones, 1989, p. 124).
Dicho esto, presentaron un proyecto de decreto en el cual pedían la abolición de todo privilegio masculino, igualdad de trato, la misma libertad, derechos (derecho a voto, derecho a comprar y vender propiedades, derecho a pertenecer a asambleas de distrito...) y honores que los hombres, igualdad de poder dentro del matrimonio. También pedían que dejara de considerarse a las mujeres como el sexo innoble; de esta manera, para castigar a un militar se dejaría de vestirlo de mujer. Por otro lado, siguiendo con la vestimenta, exigían el derecho a poder llevar pantalones y de que éstos dejaran de ser ropa exclusivamente masculina.
¡Ah, Ilustres Señores!, no permitáis que continúen ocultando ignominiosamente cualidades tan gloriosas para nosotras y tan interesantes para la nación. Atreveos hoy a reparar a favor de nosotros las antiguas injusticias de vuestro sexo; ponednos en condiciones de trabajar como vosotros y con vosotros para la gloria y felicidad del pueblo francés, y si, como lo esperamos, consentís en compartir con nosotras vuestro poder, que ya no debamos esa preciosa ventaja al brillo de nuestros encantos y a la debilidad de vuestro corazón sino únicamente a vuestra justicia, a nuestros talentos y a la santidad de vuestras leyes (1789-1793. La voz de las Mujeres en la Revolución Francesa. Cuadernos de quejas y otros textos, Barcelona, La Sal, Edicions de les dones, 1989, p. 124).
Dicho esto, presentaron un proyecto de decreto en el cual pedían la abolición de todo privilegio masculino, igualdad de trato, la misma libertad, derechos (derecho a voto, derecho a comprar y vender propiedades, derecho a pertenecer a asambleas de distrito...) y honores que los hombres, igualdad de poder dentro del matrimonio. También pedían que dejara de considerarse a las mujeres como el sexo innoble; de esta manera, para castigar a un militar se dejaría de vestirlo de mujer. Por otro lado, siguiendo con la vestimenta, exigían el derecho a poder llevar pantalones y de que éstos dejaran de ser ropa exclusivamente masculina.
Las mujeres, en esta petición de 1789, exhortan a los hombres a atreverse a dejar de ser injustos con las mujeres. Y en efecto, estas mujeres eran conscientes de que lo que estaban pidiéndoles a los hombres era todo un acto de valentía. Los hombres tenían que reunir valor y atreverse a dejar de actuar de una forma que ha sido la hegemónica durante siglos. Los hombres, al dejar de ser injustos con las mujeres, estaban lanzando todo un desafío a la cultura establecida y estaban criticando unos valores profundamente enraizados en esa cultura.
También evidencian con esta petición que, tradicionalmente, el poder de las mujeres se ha asociado a los encantos de la seducción femenina, a los que han sucumbido los hombres, siendo así las mujeres como hechiceras manipuladoras y los hombres como pobres víctimas. Estas mujeres reivindican la posesión de otros talentos con los que poder actuar tanto en su vida privada como en la vida política. Esta consideración de las mujeres como bellas encantadoras está conectado con el tipo de críticas que se les dirigieron a las mujeres que se involucraron en política, normalmente dirigidas al terreno de lo personal, que, decían, utilizaban las mujeres para conseguir sus objetivos.
Las mujeres piden ser sujetos políticos activos, con derecho a disfrutar de un poder compartido con los hombres. El hecho de que tengan que pedir permiso para tener derechos, pedir permiso para dejar de ser objetos, nos hace evidente el que las mujeres no participaban en esa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano que abrazaron con alegría para pasar a detestar, por ser la constatación de que no se pretendía considerarlas como ciudadanas portadoras de derechos, así como la constatación de que, si querían esos derechos, tendrían que luchar por sí mismas para conseguirlos.
Olympe de Gouges publicó la Declaración Unversal de los derechos de la Mujer y la Ciudadana, motivo por el que se la tachó de antirevolucionaria.
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