Durante el Febrero Feminista se celebró una charla sobre el Machismo en los movimientos sociales en el contexto zaragozano. Se comentaron muchas cosas interesantes, pero hay una en particular que me ha venido acompañando desde esa tarde. Además, últimamente me recomendaron este texto de Fugitivas del Desierto que da mucho que pensar a este respecto.
Se comentó en la charla del Febrero Feminista la reticencia que se había observado en los hombres a tomar parte en los movimientos antisexistas. Se realizó una interesante comparación entre esta actitud y la de las mujeres frente a los movimientos antimilitaristas: las mujeres se posicionaron a favor de la lucha antimilitarista ya que, aunque eran los hombres los que hacían la mili en este país, se consideraba que el problema era más amplio y profundo, y ellas se sentían interpeladas por esa lucha. Sin embargo, se sigue considerando que el feminismo es un asunto particular de las mujeres. ¿Por qué son incapaces o tan reticentes a posicionarse junto a nosotras? ¿Cómo no son capaces de ver que el sexismo y el heterosexismo también les afectan? Y, aunque no les afectase, ¿tan difícil les resultaría mostrar su apoyo? ¿Existe cierto miedo a perder una posición de privilegio bien arraigada? ¿Existe alguna pérfida conexión entre ser feminista y ser mujer, por lo tanto un hombre feminista es un hombre afeminado? ¿La identidad de género masculina exige no ser feminista?
Se llegó a comentar que el feminismo ha provocado, en el contexto de los movimientos sociales de Zaragoza, “rupturas dolorosas y sangrantes”. ¿Cómo es posible que una lucha contra el sexismo pueda causar esas rupturas? ¿Tendría sentido decir que las luchas antiracistas, anticapitalistas, antimilitaristas, etc., han causado rupturas en algún movimiento social?
¿Por qué hay personas blancas luchando contra el racismo, heterxs y gente cisgénero en colectivos LGTBQI, y no hay apenas hombres en movimientos antisexistas?
Las luchas antisexistas y antiheterosexistas no son un asunto particular que sólo afecte a las mujeres y a personas LGTBQI. Los asuntos de las identidades de sexo y género y de las sexualidad no normativas no son particulares. El mero hecho de considerar que son particulares es ya un ejercicio de opresión. Considerar a estas personas como minorías y no como representativas de lo humano es una marginación que les arroja al lugar de lo abyecto. Aún no se ha comprendido en los movimientos sociales que los discursos de las mujeres y de las personas con sexualidades, sexos y géneros no normativos ofrecen perspectivas que ayudan a cuestionar los propios privilegios y a adoptar una perspectiva crítica. Hablar de mujeres tiene que ver con los hombres; hablar de lesbianas tiene que ver con las personas heterosexuales: los géneros, y las sexualidades, están conectados, no se entienden unas categorías sin las otras. El lesbianismo no está fuera del esquema, por lo que dice mucho sobre la heterosexualidad.
Así pues, parece que hay unas luchas que son consideradas como universales y otras como particulares. Las luchas obreras, las luchas antiracistas, las luchas contra la corrupción de la política y la banca, etc., son entendidas como luchas universales que nos afectan a todas las personas. No se comprende todavía que el machismo nos recorre y nos atraviesa a todas las personas, que no somos seres atomizados, monádicos, que no somos sujetos soberanos que podamos elegir qué nos afecta y qué no. Todos estos mecanismos de exclusión nos racializan, nos generizan, nos sexúan, nos sexualizan, nos clasifican económicamente. No hay luchas particulares frente a luchas universales que sean más importantes.
Deberíamos, sin embargo, pararnos a pensar en por qué se privilegian unas luchas por encima de otras que están sin duda conectadas y que se complementan; deberíamos pensar en qué mecanismos de exclusión y qué ejercicios de marginación estamos reforzando cuando despreciamos unas luchas por considerarlas un asunto personal o particular que no afecta a lo que se considera representativo de lo humano.
Se comentó en la charla del Febrero Feminista la reticencia que se había observado en los hombres a tomar parte en los movimientos antisexistas. Se realizó una interesante comparación entre esta actitud y la de las mujeres frente a los movimientos antimilitaristas: las mujeres se posicionaron a favor de la lucha antimilitarista ya que, aunque eran los hombres los que hacían la mili en este país, se consideraba que el problema era más amplio y profundo, y ellas se sentían interpeladas por esa lucha. Sin embargo, se sigue considerando que el feminismo es un asunto particular de las mujeres. ¿Por qué son incapaces o tan reticentes a posicionarse junto a nosotras? ¿Cómo no son capaces de ver que el sexismo y el heterosexismo también les afectan? Y, aunque no les afectase, ¿tan difícil les resultaría mostrar su apoyo? ¿Existe cierto miedo a perder una posición de privilegio bien arraigada? ¿Existe alguna pérfida conexión entre ser feminista y ser mujer, por lo tanto un hombre feminista es un hombre afeminado? ¿La identidad de género masculina exige no ser feminista?
Se llegó a comentar que el feminismo ha provocado, en el contexto de los movimientos sociales de Zaragoza, “rupturas dolorosas y sangrantes”. ¿Cómo es posible que una lucha contra el sexismo pueda causar esas rupturas? ¿Tendría sentido decir que las luchas antiracistas, anticapitalistas, antimilitaristas, etc., han causado rupturas en algún movimiento social?
¿Por qué hay personas blancas luchando contra el racismo, heterxs y gente cisgénero en colectivos LGTBQI, y no hay apenas hombres en movimientos antisexistas?
Las luchas antisexistas y antiheterosexistas no son un asunto particular que sólo afecte a las mujeres y a personas LGTBQI. Los asuntos de las identidades de sexo y género y de las sexualidad no normativas no son particulares. El mero hecho de considerar que son particulares es ya un ejercicio de opresión. Considerar a estas personas como minorías y no como representativas de lo humano es una marginación que les arroja al lugar de lo abyecto. Aún no se ha comprendido en los movimientos sociales que los discursos de las mujeres y de las personas con sexualidades, sexos y géneros no normativos ofrecen perspectivas que ayudan a cuestionar los propios privilegios y a adoptar una perspectiva crítica. Hablar de mujeres tiene que ver con los hombres; hablar de lesbianas tiene que ver con las personas heterosexuales: los géneros, y las sexualidades, están conectados, no se entienden unas categorías sin las otras. El lesbianismo no está fuera del esquema, por lo que dice mucho sobre la heterosexualidad.
Así pues, parece que hay unas luchas que son consideradas como universales y otras como particulares. Las luchas obreras, las luchas antiracistas, las luchas contra la corrupción de la política y la banca, etc., son entendidas como luchas universales que nos afectan a todas las personas. No se comprende todavía que el machismo nos recorre y nos atraviesa a todas las personas, que no somos seres atomizados, monádicos, que no somos sujetos soberanos que podamos elegir qué nos afecta y qué no. Todos estos mecanismos de exclusión nos racializan, nos generizan, nos sexúan, nos sexualizan, nos clasifican económicamente. No hay luchas particulares frente a luchas universales que sean más importantes.
Deberíamos, sin embargo, pararnos a pensar en por qué se privilegian unas luchas por encima de otras que están sin duda conectadas y que se complementan; deberíamos pensar en qué mecanismos de exclusión y qué ejercicios de marginación estamos reforzando cuando despreciamos unas luchas por considerarlas un asunto personal o particular que no afecta a lo que se considera representativo de lo humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario