El protocolo a seguir ante el nacimiento de un bebé intersexual es un protocolo de “emergencia médica" (Anne Fausto-Sterling, Cuerpos sexuados, p.65). Los protocolos que hoy aún se siguen en caso del nacimiento de un bebé intersexual son los protocolos dictados por los doctores John Money, J. G. Hampson y J. L. Hampson en 1955. Estos protocolos se basan en la teoría de género que estos doctores sostenían: la identidad de género es maleable hasta aproximadamente dieciocho meses.
El sexo del bebé ha de ser designado por el equipo médico (obstetra, endocrinólogo pediátrico, cirujano) en menos de veinticuatro horas para asegurar un desarrollo psicosexual normal al entregar a los progenitores un bebé sin ambigüedad. Para ello, se le ha de asignar al bebé el género adecuado y asegurarse de que todo el mundo (padre, madre, familia, amigos) se lo crean. Así pues, se considera que la crianza tiene un papel fundamental en la creación de un género. Sin embargo, aunque se considera que la naturaleza tiene un papel mínimo, se sigue considerando que sólo existen dos sexos «normales» y dos géneros que han de corresponderse con esos dos y sólo dos sexos.
Los equipos médicos que toman la decisión de intervenir quirúrgicamente para borrar las ambigüedades del sexo de estos bebés acuden, para defender sus prácticas invasivas, a argumentos que tienen en cuenta el sufrimiento del futuro niño o de la futura niña en el vestuario –“ese lugar de ansiedad preadolescente sobre el próximo desarrollo del género”– (Judith Butler, Deshacer el género, Barcelona, Paidós, 2006, p. 98).
Es bastante ilustrativa de esta actitud la cita que recoge Fausto-Sterling del libro The Intersexual disorder de Christopher Dewhurst y Ronald R. Gordon, escrito en 1969: “Uno sólo puede intentar imaginar la angustia de los padres. Que un recién nacido tenga una deformidad … [que afecta] a algo tan fundamental como el sexo mismo de la criatura… es una tragedia que de inmediato evoca visiones de un inadaptado psicológico sin esperanza, abocado a llevar una vida de soledad y frustración como un monstruo sexual” (Fausto-Sterling, Cuerpos sexuados, pp. 67-68).
Raramente los argumentos son médicos, raramente los genitales considerados como ambiguos son en sí mismos dolorosos o dañinos; se trata de una cirugía cuyo último propósito es normalizar y mantener el binarismo de sexo. Para ello, no se puede permitir en la sociedad la visión de cuerpos ambiguos –anatomías que no encajan en las categorías establecidas para lo masculino y para lo femenino– que puedan cuestionar la existencia y la necesidad de ese esquema binario; la ambigüedad de los intersexo es una amenaza.
Si bien es cierto que, dada la situación social actual, una persona intersexo puede sufrir a causa de la reacción de los demás al descubrir su ambigüedad, ¿es realmente la cirugía no consentida la mejor vía para tratar de suavizar el impacto de ese sufrimiento? Para Judith Butler, quizás trabajar para flexibilizar la categoría de lo que es humano pueda también ayudar: tratar de ampliar lo humano fuera del binarismo de sexo para dar cabida a cuerpos ambiguos que no pueden (ni quieren, en algunos casos) someterse a esta clasificación. Lo humano, hoy, “requiere morfologías ideales y la constricción de las normas corporales” (Judith Butler, Deshacer el género, p. 18).
Pero, ¿y si tratáramos de realizar un cambio de perspectiva como nos propone Alice Dreger en “When medicine goes too far in the pursuit of normality” (Alice Dreger, “When medicine goes too far in the pursuit of normality”, The New York Times, 28 de julio de 1998) y tratáramos de trabajar para eliminar los estereotipos sociales y no para eliminar las “anomalías” físicas?
¿Por qué no arreglar los vestuarios y no los genitales?
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